
La noche del treinta de diciembre, Carolina estaba muy entusiasmada. Su tan esperada fiesta de quince años había llegado. Todos los tan agotadores preparativos estaban puestos allí, en el hermoso salón vestido de azul y plata.
Los ciento setenta y dos invitados estaban sentados en sus respectivas mesas, esperando la tan esperada entrada de Carolina. Luego de aproximadamente quince minutos, las luces se apagaron, comenzó a escucharse la canción Gloria, y una gran y hermosa luz azul iluminó el centro del salón, haciendo brillar el fino piso de mármol. Allí estaba Carolina sonriente, con su enorme vestido azul, acompañada por su padre. Los aplausos se empezaron a oír y Carolina recibió las quince rosas, que representan su vida, a lo largo de quince años.
Luego de saludar a todos los invitados, Carolina se sentó en su respectiva mesa, al lado de su madre, su padre y sus dos hermanos.
La comida estaba exquisita, el postre aún mas. Luego llegó el momento del tan esperado vals, al bailar, Carolina se sentía tan feliz, allí estaban todas las personas que apreciaba, que amaba. El brindis llegó y acto seguido de esto, la fiesta comenzó.
Todos bailaban, reían, se divertían. Carolina también lo hacía, pero a pesar de ser su fiesta, se sentía incómoda, como si la presencia de alguien la intimidara. Pero... ¿De quién?. Eso no podía seguir así, en su fiesta y ella sintiéndose así, decidió investigar. Intentó recorrer el inmenso salón, pero todos querían bailar con ella y halagarla por lo hermosa que se encontraba.
Después de bailar un rato, Carolina se olvido por completo de su incomodidad, pero se encontró con gente que no conocía, le parecía un poco extraña, pero no le importó, la fiesta estaba muy divertida para exaltarse.
El reloj marcaba las tres de la mañana, Carolina decidió cambiarse de vestuario, ¡Este vestido le pesaba tanto! Así que decidió subir al primer piso para cambiarse y ponerse unos shorts azules, a tono con el corset del vestido, para estar un poco más cómoda.
Al llegar al primer piso, por las hermosas escaleras de mármol negro, se llevó una gran sorpresa, la ventana que daba al balcón estaba abierta de par a par. A pesar de ser verano, la brisa que entraba por la ventana era fría, muy fría, tanto que hizo erizarle la piel. No le dio importancia y cerró las grades ventanas de madera.
Mientras tanto, abajo en la fiesta, sus amigos Rocío y Javier la buscaban por todos lados, cuando decidieron darse por vencidos, ya eran casi las cinco de la mañana y la fiesta estaba casi en su final, y Carolina aún no aparecía. Empezaron a preocuparse ¿Habrá pasado algo? ¿Habrá tomado de más y se sentía mal? Era muy extraño, no se encontraba en su fiesta tan ansiada por meses, tal vez por años.
En verdad, algo muy extraño estaba ocurriendo, cada vez estaban más preocupados. Decidieron hablar con sus padres. Buscaron entre la multitud y dieron con su padre, pero era imposible hablar con él, estaba bajo efectos del alcohol.
Hasta que dieron con su madre, había pasado un cuarto de hora. Su madre también estaba un poco bajo efectos del alcohol y no les prestó atención. Entonces fue cuando Rocío recordó que Carolina le había dicho que subiría al primer piso a cambiarse.
Ambos corrieron hacia la escalera, pero sin éxito, la cantidad de personas era tal que era imposible caminar, y mucho menos correr. Cuando al fin llegaron a la escalera, subieron por ella lo más rápido que pudieron. Al llegar al primer piso buscaron en todas las habitaciones, no estaba en ninguna, solo quedaba por revisar la del final del inmenso pasillo.
Javier corre hacia ella y dobla el picaporte con convicción, pero sin éxito, la puerta estaba bajo llave. Decidió patear la puerta hasta abrirla y así lo hizo.
Al entrar en la iluminada habitación, sus ojos se llenaron de lágrimas, al igual que los de Rocío. Allí yacía Carolina, en el suelo, junto a un charco de sangre, sosteniendo el terrible puñal que tenía clavado en el estómago. En sus castaños ojos, se veían el miedo y la desesperación y ya no brillaban como antes, Carolina había sido asesinada.
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